Las personas que padecen bulimia son incapaces
de dominar los impulsos que les llevan a comer, pero el sentimiento de culpa y
vergüenza tras ingerir muchos alimentos les lleva a una purga (vómitos auto
inducidos o empleo de laxantes o diuréticos o ambos), regímenes rigurosos o
ejercicio excesivo para contrarrestar los efectos de las abundantes comidas.
Los bulímicos tienen cerca de 15 episodios de
atracones y vómitos por semana y, en general, su peso es normal, por lo que
resulta difícil detectar la enfermedad. En un solo atracón pueden llegar a
consumir de 10.000 a 40.000 calorías.
En el origen de esta enfermedad intervienen
factores biológicos, psicológicos y sociales que desvirtúan la visión que el enfermo
tiene de sí mismo y responden a un gran temor a engordar. El enfermo de bulimia
siempre se ve gordo, aun cuando su peso es normal, pero no puede reprimir sus
ansias de comer. Generalmente la bulimia se manifiesta tras haber realizado
numerosas dietas dañinas sin control médico. La limitación de los alimentos
impuesta por el propio enfermo le lleva a un fuerte estado de ansiedad y a la
necesidad patológica de ingerir grandes cantidades de alimentos.
Las dos aproximaciones al tratamiento son la
psicoterapia y los fármacos. Es mejor que la psicoterapia la realice un
terapeuta con experiencia en alteraciones del apetito, pudiendo resultar muy
eficaz. Un fármaco antidepresivo a menudo puede ayudar a controlar la bulimia
nerviosa, incluso cuando la persona no parece deprimida, pero el trastorno
puede reaparecer al interrumpirse la administración del fármaco.
La curación de la bulimia se alcanza en el 40 por
ciento de los casos, si bien es una enfermedad intermitente, esta tiende a
desarrollarse dañinamente. La mortalidad en esta enfermedad supera a la de la
anorexia debido a las complicaciones derivadas de los vómitos y el uso de
purgativos.
Katherine Agudelo
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