Las emociones tienen una gran importancia y
utilidad en nuestras vidas, puesto que nos ayudan a responder a lo que nos
sucede y a tomar decisiones, mejoran el recuerdo de sucesos importantes y
facilitan nuestras relaciones con los demás. No obstante, también pueden
hacernos daño cuando suceden en el momento inapropiado o con la intensidad
inapropiada.
Las emociones poseen también una cualidad
imperativa, que significa que pueden interrumpir lo que estamos haciendo y
surgir en nuestra conciencia lo queramos o no.
Estas situaciones psicológicamente relevantes
que desencadenan las emociones pueden ser internas o externas. Por ejemplo, un
recuerdo de un suceso agradable sería una situación interna que desencadenaría
una emoción positiva.
Cuando sentimos una emoción solemos responder
a ella, y esta respuesta hace que cambie la situación, lo que a su vez puede
dar lugar a otra emoción y otra respuesta. Una discusión entre dos personas
puede ser un buen ejemplo de esto: la emoción negativa que sientes cuando
alguien te hace un reproche te lleva a responder diciéndole algo que hace que
esa persona sienta ira y responda de un modo que genera en ti desprecio y otra
respuesta negativa, y así sucesivamente.
Las emociones se distinguen también de otros impulsos
motivacionales como el hambre, la sed o el dolor. La diferencia es que las
emociones se despliegan con una mayor flexibilidad y tienen un rango mucho más
amplio de objetivos (el hambre está relacionado casi exclusivamente con la
falta y necesidad de comida, mientras que la ira,
por ejemplo, puede estar relacionada con una gran variedad de situaciones
diferentes).
María Gabriela Ramírez
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